Durante las prácticas de unos de los cursos, me pidieron trabajar con Lucero.
Lucero es un semental guapísimo de 8 años, de raza Paint Horse. Hace 4 años fue rescatado de unas circunstancias lamentables. El caballo se encontraba dentro de una cuadra oscura de 2 x 2, para entrarlo lo tenían que meter hacia atrás y apenas tenía espacio para moverse. Los únicos momentos que veía la luz del día era cuando se le sacaba para cubrir una yegua.
Estaba muy asustado, enloquecido y con los ojos ensangrentados.
Su humano lo vio por primera vez cuando llevó a su yegua para ser cubierta por Lucero, y al ver como tenían a este caballo decidió hacer lo que fuese para sacarlo de allí.
La vida de Lucero ha cambiado mucho desde entonces. Pero a pesar de todos los buenos cuidados no acaba de confiar totalmente en su humano. Todo va bien mientras que no se le toque el cuello ni la cara. En cuanto se da cuenta de que le quieres tocar esta zona, lanza unos mordiscos muy rápidos que han dejado ya bastante marcado a su humano.
Montarlo, darle cuerda o llevarlo a pastar no supone ningún problema, no hace ningún intento de dar patadas y con las yeguas es todo un Don Juan.
La única zona problemática es cuello y cara…
Ofrecí a su humano hacerle una sesión de Psico-Aromaterapia a Lucero y accedió, no sin dejarme claro que no creía en este tipo de “cosas”.
Pues bien, como siempre empecé a ofrecerle aceites esenciales y absolutos a Lucero que tienen como función “abrir” a los animales a nivel emocional. Desde la distancia veíamos que el caballo inhalaba los aromas pero aparentemente con poco interés; seguía comiendo su heno. Me di cuenta que me lo tenia que tomar con filosofía y con paciencia.
Fui ofreciéndole uno tras otro los diferentes aromas hasta que de repente capté el interés de Lucero. Vino hacía los barrotes de la cuadra y a partir de allí ya no se alejó, sino que empezó a pedir los aceites esenciales él mismo.


Poco a poco su mirada se iba suavizando, bajó la cabeza y entró en trance al inhalar la Manzanilla Romana. Estuvo así durante unos 20 minutos. Incluso se pudo ver como le temblaba el labio inferior. Todos los que estábamos allí presentes sentíamos la gran tristeza que estaba canalizando Lucero. Su humano se quedó muy impactado ya que sentía lo mismo que todos nosotros.
La sesión duró poco más de una hora. En un momento dado Lucero “se despertó” del trance, sus ojos volvieron al “presente”, no quiso inhalar más aromas y volvió a su heno.
Una de mis alumnas le hizo otra sesión más durante la semana siguiente. Me comentó que Lucero estaba mucho más tranquilo y no había hecho ningún intento más de morder a su humano.

Para mantener la privacidad no se menciona el nombre del humano ni el nombre real del animal.